Todos conocemos los nombres de grandes pintores: Velázquez, Degas, Botticelli,…¿ y si decimos Hokusai? Pocos asociarían este nombre con una de las obras más reconocibles del arte japonés, La gran ola de Kanagawa. Un mar tempestuoso, unas embarcaciones intentando sobrevivir ante la dureza de los elementos y al fondo , un invitado imprescindible, el monte Fuji, el majestuoso volcán que impertérrito presencia cómo pasa la vida. Si hay obras que te cautivan por su simplicidad, este es un claro ejemplo, porque con apenas unas líneas define, con pasión, emociones humanas y, con unos pocos colores, el amor por la naturaleza y la tradición; todo, atrapado en una imagen .
La simplicidad de colores y formas, la línea por encima de los claroscuros, las fuertes diagonales y las escenas cotidianas, serán las características iniciales de ukiyo-e, la pintura del mundo que transcurre. Al principio servían para ilustrar obras literarias en blanco y negro, pero poco a poco, al tiempo que se añadía color a la técnica, fueron adquiriendo protagonismo propio, impulsado por la demanda de una burguesía local que apreciaba esta forma de arte y podía permitírsela.
La gran ola de Kanagawa, (Hokusai, 1832)
La gran ola, forma parte de una serie de xilograbados (impresiones realizadas en papel, a través de una matriz de madera) titulada Treinta y seis vistas del Monte Fuji, realizadas por Katsushika Hokusai en torno a 1832. Hokusai nació en 1760 y dice la historia que fue adoptado por un artesano de Edo, lo que hoy conocemos como Tokio. Junto a éste y otros artesanos con los que trabajó como aprendiz, llegó a dominar las técnicas, temática y estilos del grabado, hasta que el Hokusai artesano, que ilustraba obras literarias o carteles teatrales, se convirtió en el artista que el mundo entero iba a admirar.
Almendro en flor (V. Van Gogh, 1890), obra inspirada en la tradición de la xilografía japonesa.
Retrato de père Tanguy, 1887. (Van Gogh)
Para comprender la importancia de esta obra en el arte occidental hay que tener en cuenta que, entre los siglos XVII y XIX, Japón se había visto sumido en un férreo aislacionismo económico y cultural. Así, la misma razón que mantuvo la tradición nipona impermeable a influencias extranjeras explica que estas tendencias artísticas japonesas aparecieran ante los ojos europeos como algo realmente innovador. Por lo tanto, cuando estas xilografías comenzaron a difundirse por Europa se recibieron como un soplo de aire fresco y fueron muy bien aceptadas por las vanguardias del momento, especialmente por los impresionistas, que llegaron a acumular auténticas colecciones. A ellos les llamó la atención la libertad creativa, el uso de la perspectiva, la ausencia de puntos de fuga, en definitiva, una estética novedosa para los parámetros occidentales, que veremos muy presente en obras de Manet, Van Gogh o Touluouse Lautrec, entre otros.
Se cree que las planchas de madera originales sirvieron para realizar alrededor de 5000 copias de la ola: esto da idea del gran éxito que tuvo en su momento. Aunque algunas de ellas se hayan perdido a lo largo de los años y muchas de las que han sobrevivido se encuentran en colecciones privadas, también podemos disfrutar de esta magnífica obra en museos como el Museo Metropolitano de Arte, Museo Británico o el Museo Nacional de Cataluña, entre otros. Y, ahí, más cerca o más lejos podemos comprobar por qué las primeras vanguardias sucumbieron a esta ola que también tenemos al alcance de la mano en nuestra vida diaria, y si no lo crees, echa un ojo a tu whataspp y al emoticono de la ola, ¿lo ves?
Hokusai en el emoticono de la ola.